Reyes de esperanza
Melchor
frunció la barba mucho antes de afeitarse.
Un sorprendente
lustre se encenderá en su rostro
cuando
acabe el camino.
Gaspar,
más bien teñido, o algo mejor tostado,
no
reparó en potingues delante de su espejo
para
iniciar la ruta.
Baltasar,
sin embargo, delata su inocencia.
De
negro camuflaje, sin ningún documento,
insistió
con partir.
Y es
que en dos mil catorce, todo globalizado,
nuestros
Magos de Oriente celebran la memoria
de su pasado incierto.
Dentro
de aquél pesebre solo habitó un pequeño.
El Hijo
de un Parado y una Madre soltera
sin
libro de familia.
Por
tanto un buen presente no precisaba de oro,
ni
perfumes de incienso ni mirra para el pelo.
La levedad
suprema demanda la ternura
de un
buey junta a una burra y algunos pastorcillos
para
alegrar la fiesta.
Al niño de María, como a cualquier nacido:
Un poco de cariño, calor para el invierno,
y un tarrito de miel, antes que pasar frío,
al iniciar la marcha cuando persiga Herodes.
Lo
mismo que entendieron nuestros tres Reyes Magos.
La
barba para el lecho, un bálsamo de piel,
y un Baltasar
muy negro para emprender la huida
Sin
sellos ni visados que requieran papel.